El camino espiritual consiste en explorar y jardinear nuestro mundo interior, la casa del alma. La misteriosa casa del alma se compone de nuestro mundo interior (emociones, imaginarios, creencias, sentipensamientos, complejos y sueños, representaciones simbólicas, subpersonalidades, luces y sombras, etc.), en el que el intelecto es una superficie. Desde que fuimos engendrados hemos bebido del mundo interior de nuestros padres, quienes a su vez tomaron de los abuelos, ad infinitum. Así, enormes, profundas corrientes de alma heredada (lo inconsciente familiar, étnico y colectivo) nos habitan, del modo en que nuestro ADN antecede la historia.
Cada quien vive y es vivido por su casa del alma, la que a menudo pretendemos controlar. Para poder discernir esto con más claridad, quiero que detengas este momento a ver si eres tú o no, quien elige el próximo pensamiento que vas a tener. Trata de NO PENSAR y observa: ¿Decides tú qué pasará por tu cabeza en dos, tres segundos? ¿Logras darte cuenta de que, más que tú pensar, un tren de sentipensamientos no voluntarios se impone, sin permiso, imparable, en tu mente? La cuestión es: si tú NO eliges ese paisaje mental, ¿quién lo decide?, ¿qué lo pone en ti?
Si bien el alma tiene vida propia, cuesta reconocer que corre suelta (por sí misma) y nos posee sin que logremos detenerla. Ese hecho asusta tanto que preferimos ignorarlo. Asusta, ya que compromete nuestra ilusión de libertad, puesto que creemos que somos nosotros quienes dirigimos los asuntos del alma, no al revés. Y también empequeñece nuestra ilusión de grandiosidad, pues casi todo el ruido mental del que somos presa es innecesario y nos limita. Es de carácter autónomo; se activa solo, a partir de estímulos, como cuando oímos un estruendo o vemos algo y reaccionamos sin proponérnoslo. En la interdependencia de todos los fenómenos, alguna moción (emoción, creencia, complejo, imaginario, subpersonalidad) activa resortes en la casa del alma, incluso si solo vemos la manifestación exterior.
Es fácil admitir que los sueños no se eligen a consciencia. Pero solemos engañarnos al asumir que elegimos nuestras reacciones y sentipensamientos. Ciertamente, no elijo a cada minuto cómo pulsa mi corazón, ni de qué manera mi estómago digiere aquello que como; del mismo modo que no logro controlar qué pasa por mi cabeza. Sin embargo, cada decisión tomada a lo largo de años y décadas sobre lo que pongo de comer en mi boca y el ejercicio que hago o dejo de hacer, por supuesto afecta el estado de mi corazón e impacta mi tracto digestivo. Igualmente, cada idea a la que doy atención y entretengo logra un impacto. Dicho al revés, mi casa del alma se pinta de los grafitis mentales y huele a lo que presto atención, lo cual corre por sí mismo sin control de mi parte. Dado que hemos vivido décadas, siglos a ciegas, cultivando no merecimiento, sensación de estar en falta, culpa y miedo, nuestra casa del alma yace repleta de trampas espantosas.
Solo desde un deseo muy consciente y profundo de ganar libertad interior es que logramos aplicarnos a pensar bonito. El resto del tiempo, debido a la cómoda inercia y pereza cognitiva, somos presa de la información que traemos puesta allí. Y pensar bonito exige abandonar nuestra tendencia a posturas de víctima e impotencia. Más aún, implica discernir entre las consecuencias de pensar bonito y los vicios ya adquiridos. Es ahí donde comienza la maestría del despertar.
Así como un campesino elige qué sembrar y apunta a cierto producto final en su huerta, confiando en que la vida le bendecirá con una buena cosecha –siempre y cuando madrugue a tender su huerta y desyerbe aquello que no beneficie su plan final, cuide con esmero las semillas que desea que crezcan y se propaguen–, así mismo se puede jardinear la casa del alma, con diligencia y esmero. ¿Quién, entonces, la cuida?, ¿quién la tiende y jardinea? El maestro está en nuestro interior.
El paso a regalarse ahora es darse cuenta de que podemos, ¡mejor aún!, queremos tender y cuidar nuestra casa del alma. Deseamos más libertad interior, más agilidad y más habilidad para responder y vivir. Una casa inmensa, repleta de cuartos, unos tristes y rabiosos o con demonios asustadores y vergüenzas, otros más alegres; una casa con zarzo y buhardilla desde donde solemos ver el rosado horizonte de esperanzas, y también un sótano oscuro de míseros dolores negados, y un bello jardín salvaje, que da a un bosque donde se mezcla con el bosque de los hermanos, tíos y afines, con tesoros escondidos y feos secretos de familia, como aquella voz callada, hurto, quiebra o violencia pasiva, aquel excluido, suicida o trauma negado, aquella mano peluda o aborto, en fin…
No somos las historias ni los relatos que nos contamos. Pero lo negado, de lo que huimos, nos persigue tal como una sombra sigue, leal, a su cuerpo. Desde esta perspectiva, hemos de entrar a cada uno de los cuartos y rincones de la casa del alma, reconocer su cuento, enfrentar ese demonio y tema específico; sentirlo, hasta que lo sepamos saborear y podamos bendecir → decir bien de ello, es decir de nosotros. Por cierto, es lícito negociar consigo mismo y posponer cierta tarea, mas no sin definirla. Si queremos saborear paz y gozo en esta vida, ¡y sí que lo queremos!, nuestra alma exige visitar cada uno de sus espacios, los más temidos y recónditos, y amistarlos. Para lograrlo es debido, más temprano que tarde, limpiar y pacificar todo emocionar y rincón del alma. Es menester ver y saber qué trae su pequeña gran historia, cuál significado le hemos dado, y donarse el presente, ahora. Es el triunfo del héroe. Saber, sabiduría, pasa por sabor, de saborear. De lo contrario, seguiremos siendo controlados y poseídos por el programa heredado de estar en falta y no merecer que, de por sí, trae la casa del alma.
Ser un guerrero espiritual, dice Chögyam Trungpa Rimpoche, es una conquista, y no implica derrotar algo, sino estar dispuesto a encarar y encarnar verdades más grandes y nítidas, con menos carga y defensa de nuestra parte. No es imaginando Budas que despertamos, sino trayendo luz a nuestras zonas oscuras, añade Jung. En esto consiste el camino espiritual, el camino con corazón, en jardinear más verdad, más belleza y más bondad, hasta regalarse el presente.
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Josemaría Bernal
Soy Josemaría Bernal. Estudié Filósofía con énfasis en religiones comparadas, y Psicólogía en Carolina del Norte. Realicé una Maestría en Psicoterapia Transpersonal en la Tibetana Universidad de Naropa, en Boulder, Colorado.