De cómo la hostia ayudó a que nos subiésemos a la cabeza, desconfiados tanto de nuestro cuerpo como de la psique profunda.
En el año 380 el Emperador Teodocio ordenó que todas las personas dentro del Imperio Romano se hiciesen cristianas, y en el 392 prohibió, así mismo, todos los rituales que no tuviesen el beneplácito eclesiástico, incluidas las famosas Olimpíadas y los Misterios Eleusinos, dedicados a la diosa de los granos, Demeter, y su hija Perséfone, que vivía seis meses del año entre las flores y otros seis en el Hades. Durante la celebración anual de éstos Misterios, en otoño, cuando la diosa Perséfone se despide de la floresta para bajar al inframundo, lo cual trae el frío y la oscuridad a los campos, los fieles, en ayunas, y reunidos en el santuario Eleusino, ingerían una poción de hongos de gramíneas (ergot) llamada kykeón, para acceder al inframundo de los inconscientes.
Poco después de prohibidos los Misterios, el obispo de la Iglesia Agustín de Hipona, con su carga de culpa sexual según él mismo, sentenció «El cuerpo mismo es pecado». San Agustín, y el Cristianismo, declaran así la inevitablemente pecadora dualidad humana: un alma por ontología buena, si bien manchada, en éste cuerpo malo que se ha de evitar. Fue así que dimos el giro, de confiar (vía Dionisíaca) en la esencia del ser (cuerpo y psique) e involucrarnos de pleno tanto en nuestro gozo como en conocerse a sí mismo, a seguir el dogma (vía Apolíneo) de la represión desconfiada, temerosa del cuerpo y de la psique, en aras de un cielo lejano, ideado, transmundano, hazaña prometida. Y, prontamente, el dogma de las creencias y los rituales obligados empezó a dar sombras de oscurantismo.
Los sacerdotes cristianos, a quienes un profético Jesús advirtió «No os dejéis decir padres que Padre solo hay uno», se dieron a intermediar entre el pueblo y su dios. Y diagnosticaron al pueblo de pecador original desde el nacimiento, y lo amenazaron con un infierno funesto. Por tanto, el pueblo abandonó la gracia directa de comulgar con su energía vital y renunció, además, a las danzas, a las ciencias nacientes (vía Aristóteles) y a los deportes, que fueron desde entonces tenidos por pecado. Toda gracia introspectiva y gozosa fue reemplazada con la hostia.
En el Nacimiento de la Tragedia, Nietzsche, con razón, afirma: «Es a través de pociones narcóticas, de las cuales todas las gentes y razas primitivas hablan en himnos, o a través de la cercanía poderosa de la primavera penetrando toda la naturaleza con gozo, que éstas pulsiones dionisíacas se despiertan, que en su intensificación llevan al individuo a olvidarse de sí completamente…. No sólo la unión entre persona y persona se forja una vez más por la magia del rito Dionisíaco, sino que además la naturaleza, que antes parecía subyugada, alienada u hostil, celebra de nuevo su reconciliación con su hijo pródigo, la humanidad».
Agrego que buscar y perseguir estados psicofísicos altamente energizados y expandidos es natural a nuestra condición humana. Basta con observar a grupos de niños jugar para percatarse de que algunas de sus formas de pasarla bien son a través de dar giros, rollos y vueltas de diversas maneras, y de provocarse taquicardia, hiperventilación y asfixia. Los niños alteran su estado anímico hacia mantenerlos en contacto y en roce con la energía de la vida que se mueve a través de ellos. Al jugar, el niño celebra, tanto como lo que ocurre afuera, lo que su cuerpomente experimenta. Por supuesto al jugar un niño olvida los controles de su madre vigilante y las ausencias de su padre, así que logra ser sí mismo al divertirse. Pero, más que eso, goza con la sensación de unirse a algo mayor. Y religión, recuérdese bien, significa re-ligarse. Lo que los adultos buscamos por vía del sexo, el trago y otros mecanismos de vincularse y solazarse, creo yo, es similar: la sensación de volver a ser más fluidos y de estar más conectados con la energía de la vida, así también como con otras personas (aunque sea en algún inframundo, o inconsciente).
De adultos, perdida ya la conexión de la infancia y solidificados los conceptos ‘Yo’, ‘Mí’, ‘Mío’ con que nos identificamos y que consideramos madurez, en realidad esa pérdida de inocencia y esos conceptos adultos se tornan en limitaciones que nos impiden ser naturales con el sentir corporal, con los afectos y las situaciones. A pesar del bastante esmero y juicio invertido en construir un ‘yo’ autoreferente, ese yo se convierte en La Celda de cada quien, fuente de maya y samsara. Si bien quizás sea una celda de barrotes finos y de oro que provee la sensación, por cierto ilusa, de seguridad y de creer saber quién se es, dónde estás y demás, dicha ilusión acarrea un alto costo: angustia, aislamiento, temor, atrape, …. Despertar, sabemos, implica bajar del plano egoico nuestras ilusiones, para traducirlas en algo que sea de mayor sentido y servicio a lo que en realidad vale.
En mis 30 años de experiencia clínica he escuchado a docenas de personas descubrir, y describir, cómo sus adicciones al trago y a otras sustancias les provee una salida temporal de la celda en que viven aislados y aburridos, para intuir al menos un atisbo espiritual más grande. E igualmente, los fieles a través de su meditación, oración y ayuno, de sus danzas derviches, postraciones, privaciones, mantras y demás tecnología religiosa aspiran, de modo consciente o inconsciente, a un estado que les ligue lo más posible a una presencia real de sí mismos, trascendida toda cháchara mental. ¡Búsquedas válidas! Recuerdo que cuando yo estudiaba Filosofía y Religiones Comparadas le pregunté a mi abuelita por qué solía sumergirse en rezar tan devotamente el Rosario, y ella, sin dudarlo, me dijo que era lo único que serenaba su mente, la tranquilizaba por completo y le permitía olvidar los problemas. Son juegos mentales que cada quien tiene derecho a jugarlos a su manera. Cada religión es un río que, al vivirse de corazón limpio y mente sincera, puede llevar al devoto a la mar, esa Gran Madre y fuente.
Así mismo, al repasar por encima el uso antropológico, religioso e histórico que por milenios diversas culturas le han dado a ciertas plantas de poder en aras de abrir sus mentes y estados de energía, nos topamos con el hecho de que, al lado de las bebidas embriagantes, de uso casi universal, los Hindúes echaban mano, dije ya, al amanita muscaria (como lo descifró y redescubrió en base al estudio de los Vedas el ¡banquero neoyorquino¡ Robert Wasson) y a los hongos psilosibina -¿será en parte por eso que los hindúes han considerado tan sagrada a la vaca?- como parte de sus ritos sacros, así como la marihuana ha sido y sigue siendo utilizada por los saddhus (renunciantes); los árabes desde antaño han fumado hachís; los pueblos bálticos, nórdicos y eslavos solían, en actos religiosos en su era precristiana, hasta siglos X y XI, acudir al hongo amanita muscaria, e incluso, en ocaciones en que los especímenes del hongo escaseaban, algunos bebían la orina de quienes lo habían ingerido antes pues el agente alterador de la mente se elimina por la vejiga en su estado original, por tanto ejerce igual efecto psicotrópico; en el Africa subsahariana han usado diversos tipo de batatillas y la poderosa ibogaina para alterar su estado; y ni mencionar a los nativo americanos, excelsos conocedores de plantas de poder, habiendo descubierto las hojas de coca y de mate en Suramérica, el yagé en la amazonía entera, el peyote en Norteamerica y su gemelo andino el sanpedrito, el empleo del tabaco en varias aplicaciones (en rapé, fumado, bebido, comido en ambil); la salvia divinorum, el ololiuqui y el borrachero (datura), los hongos teonanacatl en Oaxaca y la rana Bufo en Sonora, México; el uso de la chichaja y la rana Cambó en el sur de Colombia y Ecuador;…. La lista es interesante.
Para resumir, digo que las sociedades patriarcales (prácticamente todas las culturas y etnias en los últimos milenios) se tornaron Apolíneas en extremo, es decir en pro del cultivo de nuestras facetas ‘racionales’, controladoras de sí mismos y del entorno natural, efectivas desde la práctica religiosa, y ahora del progreso del capital, donde el tiempo es visto como oro y deber ser. Éstas sociedades aplican su autoritarismo jerárquico y excluyente (padre disociador, rígido y punitivo), desconfiado del entorno así como de la naturaleza humana, y que, por tanto, fuerza a uniformar y ‘normalizar’ a las personas por medio de su única vía, recta y estrecha. En resultado de ello, las instituciones eclesiásticas, queriendo moldear a la gente y controlar su sexualidad y su mente (desde adentro al hacer que las personas introyecten la moral de represión, culpa, miedo y deber ser, y desde fuera por medio de ‘padres’ e instituciones que infunden un temor mal llamado respeto), se apoderaron de cuanto les fue posible en la sociedad y, en abuso extremo de autoridad, ordenaron abolir cada ejercicio que incluyese danzas, ebriedad, sexualidad espontánea, enteógenos, gozo y en general libertad, todo lo cual se tildó de diabólico y ha sido duramente perseguido y castigado. Hades y Dionisio se asociaron al infierno y al demonio. Esta dinámica socio-religiosa hizo a los rituales repetitivos, cansadamente obligados y secos, esteriles de poder sanador, de sabiduría y creatividad, para devenir en actos sociales carentes de fuego transformador. Y tantas personas pasaron a creer que creen, así de sencillo, y de útil para aplacar la angustia. Ésta pulsión Apolínea que ha dominado al mundo, al mundo monoteista en particular, la que aspirando a controlar la vida misma intentó erradicar y desaparecer toda exploración de tipo Dionisíaco, esa que durante siglos consideró más grave un pecado sexual que armar una guerra, (como lo prueba el hecho de que la prensa y el público general habló más mal, bastante más mal, de Bill Clinton por tener sexo extra marital -si bien Hillary no armó escándalo, y no por ser débil- que de George Bush por destruir a Irak en base a mentiras), se ve amenazada ahora con el ascenso de las libertades civiles.
Nuestra tendencia Dionisíaca, al contrario, de inclinación libertaria, pródiga de una espiritualidad insumisa para explorar la realidad, surge de una profunda confianza en las fuerzas de la naturaleza innata (madre incluyente, regenerativa y compasiva), así que el tiempo es visto como arte, magia y liberación.
En suma, la lucha intestina dentro de las civilizaciones ha sido entre el credo y la libido (energía vital, no solo sexual). Mas enhorabuena nos topamos ahora, de nuevo, con el poder transformador de los enteógenos, para darle vías amplias de expresión a las fuerzas de la energía vital (corporal y psíquica) y, refrescadamente, vivir lo profundo sagrado en nuestro ser. Es que no cesaremos de explorar y querer comprender el origen y trasfondo de nuestra esencia natural, así como de regocijarnos en ella.
Maravilloso viaje este, el que fue y los que vendrán. Lamentable esta estrechez en la que nos han querido embutir, negando de paso lo mas esencial y lo que nos hace humanos. Gracias por este viaje mítico, espero seguir desplegando mis alas porque después de probar un poco de ese Hades, descubrí que no hay mejor invierno, ni oscuridad más grata. Espero pronto tener la oportunidad de atender uno de tus talleres de inmersión!