De niños, la mayoría de nosotros recibimos y presenciamos la actitud condicionada, ignorante, miedosa de nuestros padres para expresar amor. No fue su culpa, pues recibieron lo mismo o menos; tampoco fue nuestra culpa. Pero nuestra inocencia nos hacía creer que ellos sí sabían, y les fuimos leales. En consecuencia, introyectamos hacia nosotros un trato tacaño, herido, de no merecer. Ahora bien, si de niños fuimos ositos pésimamente lamidos, el problema hoy es seguir recreando ese mismo trato en nuestra relación primaria: con sí mismo.
Reconocer con precisión esa dinámica interna facilita morir a ella, para cultivar el bendecirse. Comprenderse (perdonarse) permite romper la lealtad (y la rabia) con esa voz herida de nuestros mayores (hoy en nosotros) para cuidar una voz actual: ¿qué en nosotros hemos de perdonar para dejar el maltrato y comenzar a decir bien de nosotros? ¿Qué espero para aceptarme y hacer la paz conmigo mismo? ¿De qué depende, de lograr perfeccionarme o de ser humilde y gustar cómo voy siendo? Tengamos presente que tanto el trato que nos damos como el programa que corre por nuestra cabeza son autónomos, inconscientes, andan por sí mismos, como animalitos que nos poseen, sin obedecer a consejos ni regaños baratos. Por eso hablamos de comprender, curiosear, discernir, pues el tema de estudio somos nosotros mismos.
Conocer los modus operandi, las guaridas y estrategias de nuestras dinámicas internas con curiosidad, sin maltratarnos, incluso examinando el maltrato implicado, nos permite ir estableciendo una relación amistosa de largo aliento con nosotros. En el arte y ciencia de conocerse a sí mismo curiosearse es una vía regia. ¿Por qué me pasa esto otra vez? Esto que siento ahora, ¿de dónde surge, a qué me sabe? ¿De qué manera puedo sentirlo, amistarlo, y que forme parte de mi equipo?
La palabra que solemos usar para hablar del afecto que nos tenemos es autoestima. ¿Te parece que estimarse a sí mismo es bastante? ¿Le dirías a un amigo, a tu pareja o hijo “te estimo»? Te quedarías corto y quien recibe ese cumplido se sentiría no querido. Así, nuestra pobreza en la palabra que usamos para nombrar el afecto que nos tenemos denota cuánto nos cuesta amarnos de verdad. Estamos acostumbrados a darnos y quitarnos afecto como si de una opinión se tratase. Si las cosas nos salen bien, nos damos una palmada en el hombro. Si salen mal, nos reprochamos y enojamos por lo que hicimos o dejamos de hacer.
El amor a sí mismo suele ser transaccional, con un montón de condiciones para amarnos y serios problemas para aceptarnos. En ese matoneo interior nuestros juicios y maltratos generan dolor constante, emociones difíciles y tóxicas que replicamos en las relaciones interpersonales.
Hoy sabemos más. Queremos paz y amor, no culpa y miedo. Si nos observamos con curiosidad y precisión, sin juicio, logramos discernir (Manjushri, Maitreya) la dolorosa dinámica que nos llegó por cultura. Así podremos sembrar un presente más dulce y bondadoso (Avalokiteshvara). Perdonar (¡¡per.donar!!) aceita un Camino con CoRazón, en donde jardinear el alma para aprender a sentipensar bonito ha de convertirse, más que en un deseo, en una práctica.
Maitri, amistarse y despertar amor cada vez más incondicional a sí, es asentir a quien se es. Más que autoestima, es valoración y disposición a cuidar de sí, una aceptación plena y cuidado de nuestra dignidad. Es un trato amable con quien se es. Cultivar gentileza y bondad va creando una vida plena de significado. El proceso de ser amigable consigo mismo pasa por una mirada compasiva hacia lo que emerge, mientras tomamos conciencia de aquello que somos y hacemos. Asentir a nuestras luces y sombras inicia un proceso de transformación en el que nuestro organismo recupera su capacidad innata para desarrollar su mayor potencial.
A esto llamo jardinear el alma.
ॐ
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Josemaría Bernal
Soy Josemaría Bernal. Estudié Filósofía con énfasis en religiones comparadas, y Psicólogía en Carolina del Norte. Realicé una Maestría en Psicoterapia Transpersonal en la Tibetana Universidad de Naropa, en Boulder, Colorado.