«Ser arrancado de la esclavitud de la percepción ordinaria,
que te sean revelados por unas horas el mundo interior y exterior,
tal como son comprendidos directa e incondicionalmente por la mente
en su totalidad, es una experiencia de inestimable valor para cualquiera.»
Aldous Houxley
Consideremos a las medicinas sagradas cual vehículos que facilitan navegar el alma para explorar, curiosearse y conocerse mejor. Numerosos psicólogos, investigadores de la consciencia y estudiosos de religiones saben que milenios atrás las plantas de poder han sido parte constitutiva de la tecnología de lo sagrado en los rituales. Se han usado para ayudar a conectarnos, vía cierto trance vital y anímico, con poderes y estadios propios, tanto naturales como sobrenaturales. Los vikingos y eslavos, los antiguos hindúes y griegos (lee del Soma de los Védas y del ergot y kykeon del rito Eleusino) usaban agentes mágicos para subir su nivel de energía y vitalidad, abrir la mente y expandir la consciencia, con el fin de acceder a reinos empoderados, sutiles y divinos. Muchas etnias nativas de América aún usan plantas de poder cual medio físico, social y espiritual. Su uso debe ser de libre elección y beneficio personal.
La historia cuenta que el emperador Teodosio el Grande, tras haber sido sometido por el obispo de Milan, Ambrosio, ordenó en su Edicto de Constantinopla, año 393, que se prohibiese el paganismo, y obligó a que toda persona dentro del Imperio Romano se hiciese cristiana. En suma, prohibió la realización de cualquier ritual no cristiano, de toda danza pagana (léase de todas las danzas), y de las añejas Olimpiadas. Empezó a retumbar un tenebroso dogma que, a fuego y espada, aniquiló a las tradiciones raizales, dogma que hasta hace poco dictó que el cuerpo mismo era pecado; de modo que cuanto implicase al cuerpo, por añadidura se consideró sucio, pagano, prohibido. Bajo esa férrea fiebre idealista y apolínea, Europa asoció Dionisio (Nagüal, arquetipo juguetón, el loco, Afrodita) al demonio, Hades (lo inconsciente, el sabio, el curiosearse) se asoció al infierno, y los Misterios Eleusinos dedicados a Demeter (LaMadre) fueron clausurados. Misterios Eleusinos a los que, como a las Olimpiadas, se les rendía culto desde casi 2.000 años atrás y eran considerados el más excelso y supremo ritual del enorme panteón griego. Sabemos de templos esparcidos por Cataluña, el sur de Italia, Macedonia, Grecia y la actual Turquía, en donde ciertas mujeres de saber lideraban, por medio de la cerveza psicodélica (el kykeon), este magnífico ritual dedicado a LaMadre, Demeter, la diosa. Toda esta tradición, borrada de un plumazo por el obispo Ambrosio y el emperador Teodosio, fue extinguida a punta de cazar y quemar brujas, yerbateras, curanderas y personas de saber por más de trece oscuros siglos. Recordemos que herejía significa opinión y que, al ser para la Iglesia el peor de los pecados, opinar ha sido imperdonable.
Toda vivencia ritual de carácter local (a una etnia o región) y con poder de fuego transformador fue perseguida, en últimas erradicada, y cesó de celebrarse. Europa encarnó una serie de reinos cristianos, centralizados, sometidos a unos mitos y a unos ritos uniformes, fijos, dictados e impuestos desde Roma, centro del poder. Las danzas, las Olimpiadas y los brebajes mágicos de cerveza psicodélica (el kykeon usado antes en los Misterios Eleusinos) fueron reemplazados por un único elemento, impuesto a todas las gentes: la hostia, (¡pan sin levadura!). La hostia representó al salvador Jesús Cristo que, según esa idea, vendría a salvar a los ahora víctimas. ¿De qué salvaría él?
A tan incómoda pregunta se responde lo obvio: pues del infierno (imaginado) que ese mismo Dios, en el que se forzó a las gentes a creer, había creado. Y de la mano de san Agustín, el padre de la Iglesia que por ese tiempo y dada su culpa sexual proyectó en el cuerpo tan sombrío mal que lo consideró pecado, nos asustamos del propio cuerpo y nos enajenamos, subidos a la cabeza, a creencias ajenas, a creernos nacidos en pecado, aunque superiores al reino natural (con el que nada teníamos que ver). Europa entró en esa tenebrosa época llamada por los historiadores el Oscurantismo, en la que por siglos y siglos a millones de personas se les enseñó a ignorar, negar y no sentir su propio cuerpo, ni abrazar a otros, y se impidió acceder a algún nivel de energía, realidad o conocimiento otro que el dictado, que se normalizó. Leonardo DaVinci estudió cadáveres a escondidas a inicios de 1500, san Juan de la Cruz fue apresado por la Inquisición y huyó de ella a finales de los 1500, igual Baruch Spinoza 100 años después; en 1600 quemaron vivo a Giordano Bruno en Roma y Galileo Galilei fue juzgado después. Una sumamente larga y triste lista evidencia cómo en los modos sociales se vivió la cama de Procusto. Desde san Agustín los templos habían dejado de ser sitios de asombro, gracia, vitalidad. Derramaban oratorias de culpa, sufrimiento y terror. Nietzche lo resume bien al preguntarse ¿cómo fue posible que Europa hubiese creído que esta vida es una gusanera sin valor de ser vivida, y que solo la vida después de esta sí vale? Para compensar, dice el filósofo Edgar Morin, «el hombre blanco le robó el alma al mundo y se la atribuyó solo a sí mismo».
Hoy, en medio de una enorme crisis planetaria, espiritual, social, ecológica, política, y cuando Caín y Abel (Ucrania y Rusia) reencarnan una pelea mortal, justo en la zona de donde surgió el emocionar patriarcal, y recuperados enhorabuena algunos vehículos enteógenos (lee Alex Shulgin, Terence Mckenna, Albert Hofmann y sus fórmulas mágicas), creemos que la salida más amable y responsable, y a la vez divertida y empoderada es hacia dentro, para abandonar el sitial de víctima, para asumirse mago, cocreador en este plano de realidad. Jardinear en el alma un imaginario bello y bondadoso, aprender a pensar bonito, es el desafío a cultivar. Para ello, urge recuperar y crear rituales con poder transformador en virtud de aumentar nuestro nivel de energía, de saber y conexión; urge abrir la mente y atravesar el laberinto (llevar a cabo nuestra labor interior) para acceder a reinos verdaderos del espíritu, sí, hasta revivir una sentida unidad consigo mismo, con la madre Tierra y con lo sagrado en la Vida, sin dogmas en medio. El estado de gracia y dicha puede ser vivido, sí, integrado al cuerpo, a este precioso cuerpo nuestro redimido, cuerpo que es templo del mundo interior, cuerpo que hemos aprendido a querer y a cuidar, cuerpo que, siendo amado, es más que mera materia: es encarnación y a la vez representación tridimensional de nuestra alma, del ser que somos.
Es un momento decisivo y emocionante de nuestra historia individual y social, como especie y planetaria. Nos encanta poder vivir esta muerte a lo viejo y nacimiento a lo nuevo con los ojos abiertos, bien acompañados, a plena consciencia de que nos estamos jugando el destino, el futuro, como consideramos mejor, no como un dictado, sino explorando el misterio que es la granDiosa vida, con curiosidad y atención, y tratando de ser amables consigo mismos al nombrar cada territorio que nos topamos. Chuang Tsu decía «la crisálida llama muerte a lo que la vida llama mariposa». E independiente de la suerte y del karma que corramos, nos encanta compartir este emocionante y sentido Camino con CoRazón contigo, confiados en que logremos lo que nos corresponde: más verdad, más belleza, más bondad.
Gracias por caminar con nosotros.
About The Author
Josemaría Bernal
Soy Josemaría Bernal. Estudié Filósofía con énfasis en religiones comparadas, y Psicólogía en Carolina del Norte. Realicé una Maestría en Psicoterapia Transpersonal en la Tibetana Universidad de Naropa, en Boulder, Colorado.